Mitos griegos, historias y más...

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jueves, 2 de abril de 2020

Lectura: El Espejo Infiel





Érase una vez un poblado situado en las montañas que tenía la particularidad de no conocer el mundo de los espejos. Por alguna razón desconocida, ningún habitante de aquella comunidad se había visto reflejado en uno de ellos, debido quizás a las lejanas distancias que los separaban del resto del mundo civilizado. Un día Ismael, que tenía fama de curioso, decidió adquirir esa misteriosa cosa llamada “espejo” que, según decían sus antepasados, tenía la capacidad de reflejar a la persona que lo miraba. Así pues, Ismael encargó uno de estos objetos a un comerciante que cada siete años solía viajar por los valles. Pasado el tiempo, el comerciante le hizo llegar su encargo bien envuelto y protegido. Ismael entonces, presa de la emoción, corrió al sótano de su casa y lo desenvolvió con cuidado. Finalmente, cuando lo hubo abierto y examinado, ¡Oh, sorpresa!, ante su asombro, en aquel extraño objeto apareció la imagen de su padre. Ismael, atónito, lo volvió rápidamente a envolver y se retiró visiblemente pensativo. Aquella noche, mientras dormía junto a su esposa, se despertó inquieto y decidió volverse a mirar en el espejo recién traído. Descendió silencioso al sótano y tras desenvolver aquella extraña cosa, volvió a contemplar de nuevo, no sin asombro y sorpresa, la imagen de su padre. Y así, noche tras noche, Ismael descendía sigiloso al sótano con el fin de asistir a la aparición de una imagen que no cesaba de repetirse y que tanto le emocionaba. 





Una noche su esposa, Astrid, observando las salidas nocturnas que Ismael realizaba, llena de inquietud y sospechas, decidió seguirle, no sin temer el infiel encuentro de su marido con otra mujer más joven y hermosa. Cuando observó que éste gesticulaba ante un oscuro rincón de la estancia y se retiraba de nuevo a su cama, tuvo deseos de comprobar qué era aquello capaz de inquietar tanto a su pareja. “Seguro que tenía que ver con otra mujer”, pensó. Así que decidió volver al día siguiente, cuando su marido no se encontrase en la casa. De esa forma investigaría con tranquilidad aquel misterioso objeto que se encontraba en el sótano de su propia casa. A la mañana siguiente, Astrid bajó apresuradamente y desenvolviendo con cuidado aquello… ¡Oh, sorpresa!, sus sospechas se vieron fundadas, ya que lo que vio allí era, efectivamente, otra mujer más joven y hermosa que, por lo que dedujo, tenía todas las trazas de ser el nuevo sueño de amor de su esposo. 



Aquella noche, cuando Ismael llegó a su casa, Astrid, presa de indignación, le desveló el secreto, diciéndole: – Me estás siendo infiel; he descubierto que todas las noches bajas al sótano y contemplas a esa mujer que aparece en el objeto que guardas envuelto con tanto cuidado. A lo que Ismael contestó: – Estás en un error, Astrid, no se trata de ninguna mujer… Ese objeto es un espejo que, según se afirma en tierras lejanas, refleja a cada cual, pero en este caso sorprendentemente lo que se contempla cuando me miro en él es la imagen de mi padre… – Ni hablar- le interrumpió ella, presa de agitación y cólera-. Me estás mintiendo. Yo he visto con mis propios ojos la imagen clara de otra mujer, que por la forma de mirar y moverse tenía todas las trazas de ser tu amante. – Bajemos y comprobarás que no es cierto lo que dices –repuso él-. Es mi padre el que aparece en el objeto; ninguna mujer he visto jamás en el mismo.





 Astrid consintió en la prueba; una vez que descendieron y se observaron, Ismael seguía viendo a su padre y Astrid a la joven muchacha, con lo que el conflicto y la confusión inundaron aquella casa… de pronto, Ismael propuso: – Astrid, solicitemos el fallo del sabio anciano. Seguro que su visión nos permitirá hallar la verdad y recuperar la calma. Astrid aceptó el juicio del anciano, y ambos se dirigieron hasta el mismo y expusieron sus contrariedades, pidiéndole que se asomase al objeto y dirimiera si lo que allí aparecía era el padre que viera él o la joven que contemplaba ella. El anciano asintió y, tras llegar a la casa y reflejarse en el objeto, dijo: – Ni es el padre de Ismael ni la mujer que sospecha Astrid… Aquí lo único que se ve es un anciano.  
Cuentos para Aprender a Aprender
José María Doria

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